martes, 8 de mayo de 2007

Inmaculada o los placeres de la inocencia

García Ponche, Juan (1989). Inmaculada o los placeres de la inocencia. México: FCE.

Algo dice Inmaculada sobre no avergonzarse del placer.

Pero eso da igual porque, en mi lectura, placer sin culpa no está completo.

Lo chidochido de Inmaculada, es precisamente eso: no avergonzarse del placer, cualquiera que este sea.

Drácula

Stoker, Bram (1897). Dracula. London: Penguin Classics.

All men are mad in some way or the other.
P. 129

Alrededor de los 15 años escribí un cuentito que ahora recuerdo como si lo hubiera vivido. Sucedía todo en una noche lunera y canicular dentro de una casa de campo con jardín y alberca. Era sobre un hombre que llegaba de noche, abría una cerca que parecía cerrada y se robaba el alma de una adolescente contándole cien vidas en una mirada. El jardín tenía unas flores blancas de olor dulce pero bien fresco. El intruso no era pálido ni vestía de negro. Era un hombre joven con la mirada más vieja que he podido imaginar.

El cuento lo había escrito para un concurso entre secundarias. Mi escuela decidió no mandarlo porque les pareció precoz y sexualizado. La única copia, si aún existe, estará en manos de la güera, mi amiga de la prepa.

En fin, que ahora los únicos vampiros que concibo son de dos clases: las personas malvibrosas que te roban la energía, y aquellas que intentan hacer lo mismo con tu voluntad.

Muy tarde decidí darle mate a Drácula, en parte por no haberlo encontrado antes en su idioma original.

Mis expectativas eran tan grandes que terminé decepcionada. No volvería a leerlo y estoy convencida de que sus versiones cinematográficas, Nosferatu y Bram Stoker's Dracula de Coppola, son cien veces mejor que la novela.

Sin embargo, reconozco que eso que Stoker quiso decir acerca de la maldad que parece sobrenatural y que todos llevamos dentro, le dio pila a un gran icono del s. XX.
It is the fault of our science that it wants to explain all; and if it explain not, then it says there is nothing to explain.
P. 204


Historia:
Stoker le dio al vampiro -equivalente del horla, del brujo malo, de la sorciére, del nahual y del humano rapaz- las características que lo hacen famoso, como su capacidad de convertirse en murciélago, perro y otros animales negros; su costumbre de alimentarse de la sangre o vida de los hombres; su inteligencia cruel pero primaria; el poder de enajenar o hipnotizar a humanos y animales; su incapacidad de amar y su aprovechamiento de las debilidades del otro; sus únicas formas de morir -decapitado y atravesado por una estaca-; su impotencia ante la luz del sol y la marea alta; su vulnerabilidad a los amuletos católicos, et. al. Su inmortalidad.
En la historia de Stoker, a diferencia de la película de Coppola, el conde Drácula no se enamora de Mina, sino que simplemente intenta convertirla en su esclava. A Lucy, en cambio, sí la hace su esposa, una llena de líbido, agresión sexual y voluptuosidad. Es más: la Lucy vampiro es mucho más interesante, por su potencia, que la Lucy virginal, tediosa, entusiasta.
También se extrañó al Conde del filme de Coppola, pues el monstruo stokeriano es absolutamente repelente: feo, viejo, descuidado, amenazante y hasta hediondo, sin ninguna de las galanterías, el romanticismo y el sex appeal de un Gary Oldman acariciando a un lobo como lo haría con una mujer.
El gran mérito del Drácula de Stoker es haberse dado el tiempo de entretejer las características y el destino de un ser que siempre ha existido en el miedo del hombre, para crear un gran personaje. Mis quejas sobre la historia van por otro lado: el de su mochez. Pero no es momento ni lugar para juzgar la moral de una obra victoriana bajo los estándares de una mujer joven, bella, posmoderna, libre y responsable de su vida como yo. (Ja.)


Narrativa:
Pésima. Stoker es una gran imaginación y un gran tormento atrapados en una pavorosa incapacidad de entrega -- y ciertamente no por el miedo que la historia provoca. Lo más rescatable de la novela son sus imágenes, como la voz de una mujer que es como un 'cristal rompiéndose', o su "with his wealth of breathing misery".
La novela eventualmente pierde su encanto. Aunque el final esté lleno de persecuciones y emoción, para entonces ya se han leído demasiadas consideraciones filosóficas, poéticas, morales y científicas del propio autor. Una historia de ficción con una narrativa realista demasido explicada y encuadrada en justificaciones, en resumen.
Pese a su formato epistolar, parece que el inglés confunde a sus propios narradores. Por las carencias literarias del autor, no se le hace justicia ni a los narradores ni a los personajes.


Personajes:
Las mujeres piadosas y nobles se vuelven estúpidas, cursis, conformistas y frígidas bajo la pluma de Stoker. El hombre de ciencia y metafísica se convierte en un excéntrico megalómano. El devoto esposo es reducido a un vejete prematuro y opacado por el grande, fuerte, viril y vigoroso texano que más bien parece salido de una película porno-western. Y hay una suerte de lenguaje moral masculino, unos códigos de caballerosidad y honor de club de toby que no voy a criticar porque confieso que la época está fuera de mi comprensión.
Hasta Drácula, por no decir más, es medio tonto, y un caracter-doctor lo explica con el argumento de que su inteligencia no es adulta porque no ha vivido en el exterior.
El tono tanto de narradores como de personajes llega a ser por algunos momentos francamente caricaturesco, al grado de que el mismo Drácula se daría la estocada si se viera retratado de esa manera.


Extensión:
Soslayo, lo sé, que es un clásico. En mi opinión, para su verdadero contenido, y por el abuso que el autor hace de sus consideraciones filosóficas, es largo, laaaaargo, larguísimo. ¡Lontano!, si nos ponemos literarios ;-)

Pequeños equívocos sin importancia

Tabucchi, Antonio (1985). Pequeños equívocos sin importancia. Barcelona: Anagrama.
Cómo van las cosas. Y qué las conduce. Una nimiedad.
77

- Seguro tú podrías escribir un libro como los de Tabucchi.
- ¿Cómo son esos libros?
- Pues un libro de los que no dicen nada importante pero que todo mundo lee.
- Claro. Cuando lo haga, serás el primero en saberlo.

¿Qué dice Tabucchi? Me lo he preguntado desde la primera vez que lo leí a los 17 años y sigo sin respuesta. Pues este libro lo leí a principios de año y la verdad, no lo recuerdo. Recuerdo una estación de tren que se me confunde con la calviniana de Si una noche de invierno un viajero... Recuerdo dos estrellas de cine, un probable asesino. Recuerdo a una mujer que quemó las obras que se publicarían como póstumas de su difunto marido, una ventana de hospital y a un pseudoescritor con un ego continental. Recuerdo tres amigos que terminaron siendo el delincuente, el juez y el periodista que cubría la nota.

Malentendidos, dudas, comprensiones tardías, inútiles lamentaciones, recuerdos tal vez engañosos, errores tontos e irremediables: las cosas fuera de lugar ejercen sobre mí una atracción irresistible, casi como si fuera una vocación [...].
P. 7.

Pequeños equívocos sin importancia es una serie de cuentos que no necesariamente tienen un desenlace. Más bien, su final es la inconclusión, y lo expresa bien el llamado Enigma, donde uno de los personajes explica que "La vida es una cita, sé que estoy diciendo una banalidad, Monsieur, sólo que nosotros nunca sabemos el cuándo, el quién, el cómo, el dónde". P. 31.

No es un libro para leerse solo o de corrido, sino más bien para paladearse; terminar un cuento y quedarse viendo el techo intentando descifrar cuál fue esa cuerda que tocó en nuestro espíritu como para que nuestra respiración resuene a la vez triste y melodiosa.

Tabucchi narra la cotidianidad de una manera terrorífica. Su letra tiene la capacidad de provocar en uno esa contrariedad como si de frente tuviéramos a un cínico desesperado:
"[...] dijo: quieren matarme. Lo dijo con la voz de esas mujeres que en la vida han bebido demasiado, han conocido demasiado, han amado demasiado, y por lo tanto están más allá de la mentira.
Enigma, p. 37.

"No trataba al viajero como un saqueador ávido de imágenes estereotipadas [...], sino como a un ser vagabundo e ilógico, disponible para el ocio y el error". Los trenes que van a Madrás, p. 116. Y eso es lo que hace Tabucchi: obligarnos a leer entre líneas de tanto no darnos las verdades. La narrativa del italiano es una constante pregunta, y una insinuada respuesta llena de desilusión.


Historia: Como mencionaba, son cuentitos. El leitmotif es, como él mismo indica, el error, la coincidencia, la confesión a destiempo y los castillos en el aire. Son como un saudade sus historias, porque tratan de lo no-vivido, de aquello que, oliéndose, está ausente.


Narrativa: Su ritmo es excelente, muy oral. No quiere ser el erudito de las palabras rebuscadas, sino, en mi lenguaje, el periodista del espíritu; el que busca, rebusca, desmenuza hasta que encuentra lo sublime y lo horrible todos revolcados, el que sin dar respuestas señala las preguntas. En la traducción -y es una lástima-, se pierde parte de su intención oral y algunas frases llegan a sonar acartonadas.


Personajes: Planos y metonímicos. Es decir, nos cuenta al hombre por su vestimenta, a la mujer por su fantasía, al viejo por su tono de voz. Y en un gesto, va una historia de vida.


Extensión: Agustito. Breve.